Me pasó a buscar a la salida de mi trabajo y nos fuimos en su auto al Hotel Valdivia, nos ofrecieron la única suite que quedaba, la suite japonesa….con el ansiado y sobrevalorado jacuzzi.
Encuentro que esas tinas gigantes con chorritos de agua son ricas, ideales para relajarse después de un largo día y para regalonear, pero me parece que se les otorga un valor erótico que va sobre la realidad.
Igual el Valdivia es bonito: tiene cuento, iluminación entretenida, puentes y juegos de agua, las sábanas son ricas, todo luce impecable y pulcro, además hay una sensación de isla que los hoteles rascas no tienen, uno no escucha los embates, ni los “vamos Juan” y gemidos varios de las otras parejas. El frigo bar bien premunido y no tienes que volver a abrir la puerta para que te lleven o pasen nada, hasta que te vas. Las cosas que puedas pedir las entregan a través de un compartimiento de doble puerta, cuando la comida o tragos se encuentran ahí, te avisan por teléfono.
El por supuesto llegó de cabeza al jacuzzi, pero yo pensé que lo iba a preparar y que después tendríamos alguna previa cariñosa fuera del agua, una vez más equivocada, apenas estuvo lleno se metió solo, era divertido porque yo estaba vestida completamente, hasta con chaqueta y él en pelotas con las burbujas hasta el cuello.
Podría haberme desvestido detrás de una muralla que separaba al jacuzzi de la habitación y ni siquiera se hubiera enterado de toda mi especial preparación de perra, me sentía bastante ridícula con mis medias con ligas y todo eso, pero gallina no soy, así es que lo hice intencionalmente en frente de él, me veía en un espejo y de verdad lucía matadora, no seré la Sharon Stone, pero era evidente el jueguito, nuevamente ni una palabra. No me amilané y continué sacándome la ropa prenda por prenda, lentamente con todo el encanto que podía.
El sólo reclamaba para que fuera a meterme al agua con él, prendí mi pitito y me paseaba por el puente en este jardín japonés, me faltaba el trajecito de geisha y el quitasol no más, capaz que con eso le hubiera movido algo más. Me senté en una silla mirándolo, tratando de buscar en mi experiencia cómo poder llevar a cabo, de buena forma, eso que la mayoría de las veces me resulta tan naturalmente placentero y que esta vez, nuevamente, parecía un duro trabajo.
Traté de despejar la cabeza, los pensamientos a veces juegan en contra de las sensaciones y me metí al jacuzzi dispuesta a disfrutar todo lo que pudiera. Me abrazó y empezó a acariciarme. En el agua hay que tener especial cuidado porque la sensibilidad cambia, fue un poco brusco en el comienzo, pero a poco andar me pareció agradable, yo le agarraba el pico que esta vez estaba duro (por fin), él me metía los dedos en la zorra que se mojaba viscosa.
Pensé que todo iba a andar bien, pero él empezó a tratar de penetrarme en el agua sin condón, esto que lo sepan los varones: si uno no lo permite, la penetración resulta casi imposible, salvo con violencia. Al principio le evadí con sutileza, no entendió, seguramente pensaba que me faltaba lubricación o calentura porque volvía a hurgar mi zorra con sus manos, se percataba de que todo estuviera bien, seguramente se orientaba y volvía a la carga con su pico, me negué en forma más evidente, tampoco entendió, seguía en su afán de meterme el pico. Le dije que no siguiera intentándolo, ya que sin condón no, y nada, él empecinado en su idea fija ¡qué lata! Porfiado como gerente curao, no me quería enojar pero en un momento pensé que el encuentro podría terminar en tragedia o escándalo, porque en general basta con insinuar que uno no quiere algo en esas circunstancias, para que la pareja acceda a tus solicitudes, nunca había vivido ser casi forzada.
Estuve luchando contra este elefante y su pico y contra la rabia que ya se estaba acumulando peligrosamente, sabía que no iba a permitirle de ninguna manera que se saliera con la suya, siempre supo que el condón era algo con lo cual yo no transaría.
Medio volada en el jacuzzi en medio de esa insólita pelea, tomé la decisión más iluminada de toda mi vida, NUNCA MAS CON ESTE WEON.
Estaba a punto de vestirme y mandarme cambiar en mala, justo cuando se convenció que no era que me hiciera la que no si sí y desistió de hacerme feliz con su pico sin envoltorio.
Yo no sé cómo serían sus experiencias anteriores, pero él pensaba que tirábamos el descueve y que me satisfacía más que la cresta. Debo confesar que a lo más alguna vez fingí un orgasmo piolita para que me dejara ir, pero era muy evidente que nuestros polvos eran rascas por decirlo decentemente.
Hice un trabajo de joyería para sacarme la malas vibras de encima y con una paciencia que me asombró, decidí que ya que era la última vez, igual pondría todo de mi parte para que no nos quedáramos con un mal recuerdo.
Nos secamos y nos fuimos a la cama, se puso el condón y me penetró de frente, aguanté su peso todo lo que pude y me puse a lo perrito, sabía que a él no le gustaba mucho ya que debía hacer la pega, pero por lo menos funcionaba. Apenas me insinuó que iba a acabar, lo incité a que lo hiciera, fingí un orgasmo para que no se sintiera mal y me fumé un cigarrillo bastante silenciosa.
El me invitó al jacuzzi nuevamente, pero le dije que fuera solo, que yo prefería descansar un rato en la cama, no quería volver a la misma batalla de nuevo.
Cuando salió yo ya me había vestido, así es que a pesar de sus pataleos nos fuimos.
La aventura terminó insípida, no le dio ni para teleserie rasca, mucho menos para ópera de Puccini, por lo menos la madame Butterfly algún polvo bueno se habrá mandado.
En el camino me empezó a dar risa, ¿cómo tan burra? (si me demoré 25 años en separarme cuando mi matrimonio se fue a la cresta en dos años).
Finalmente estaba tranquila, me había convencido (POR FIN) que él y yo no teníamos química, compatibilidad de caracteres, magia, feeling o como quieran llamarlo. La decisión estaba tomada, sólo tenía que buscar la mejor manera de comunicárselo.
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