domingo, 1 de mayo de 2011
LAS COSAS EN SU LUGAR
De que estaba maltrecha, estaba maltrecha, pero de ninguna manera iba a permitir que ese jovencito y su pico devastador me dejara sin mi sábado soñado, así es que a apechugar no más.
No digamos que ese día las cosas partieron muy bien, me fui a la casa de mi mino y se sentía latente el desastre de la noche anterior. Siguiendo el antiguo consejo de que las actividades compartidas hacen superar los tropiezos, nos unimos horneando unas particulares galletas que se nos quemaron en 10 minutos. Si hubiera hecho caso a esos signos debí quedarme encerrada en mi dormitorio incomunicada, pero como soy más porfiada que supersticiosa, partí con la zorra adolorida, con olor a quemado en el pelo, pero ataviada con mis aperos de perra a juntarme con mi JA.
Ese día no trabajábamos ninguno de los dos, así es que decidimos salir a comer antes de comernos, fuimos a un restaurante de comida italiana que está cerca de su depa, por lo que nos fuimos caminando, fue un momento distinto, especial. Siempre tenemos dos formas de relacionarnos: una pública que es muy distante y fría, y otra que es la sexual, la que da para todo pero que es la prohibida, la clandestina. Esto de salir juntos le otorgaba a nuestro encuentro otro matiz. La cena transcurrió gratamente divertida, relajada, la comida rica, el lugar tranquilo y al regresar lo hicimos caminando tomados de la mano.
Tenía en mi cuerpo y en mi cabeza la comparación fresca con el monstruo y valoraba aún más toda esa previa, ese juego coqueteando, esos pequeños contactos físicos que van inundando la atmosfera, encendiendo suave y lentamente los sentidos, marcando firme y seguro el camino a la calentura intensa.
Subimos juntos las escaleras sintiendo que la carga sexual que llevábamos estaba a punto de desbordar. Desde ahí en adelante todo resultó maravillosamente, todo mi cuerpo atento al placer recibiendo los estímulos de sus manos acariciando cada centímetro de mi piel, de su mirada contemplando maravillado mis piernas enfundadas en unas hermosas medias y mi culo enmarcado en el portaligas.
Su lengua recorrió sin prisa todos los planos, curvas y diagonales y yo degusté todos sus rincones sin pudor, me gusta sentir que no hay barreras ni límites, me gusta la entrega confiada, sin miedo, así funcionan las cosas.
Nos enzarzamos en un 69 en el cual sentía su lengua acariciando mi culo, sus manos separaban mis nalgas y hacían que mi agujerito se abriera entregándose al placer mientras sus jugos previos iban inundando mi boca que exprimía y chupaba su pico duro y potente.
El estaba sobre mí, la gravedad cooperaba para que yo alcanzara a atrapar en mi boca, además de su tieso pico una de sus bolas, me gustaba jugar con mi lengua sintiendo como su textura pasaba de rugosa a suave.
Jugamos largo rato solo con caricias y besos, sin prisa, muy suave, tomándonos todo el tiempo del mundo para poseernos y disfrutar de cada estímulo no queriendo llegar a ningún lugar, sus manos se paseaban por mis muslos, por mi espalda, por mis hombros, por mi nuca, por esas zonas que parecen estar un tanto olvidadas porque no se obtienen dividendos inmediatos, lo sentía absolutamente involucrado con mis necesidades, era como si adivinara los estragos de mi aventura anterior atento a mis signos y señas.
Mis manos también recorrían su cuerpo, su pecho, sus brazos, su espalda.
Mi lengua incursionó ávida por su agujero, me gusta la transgresión que eso significa, me gusta sentirme dueña absoluta de sus ganas, ama y señora de sus deseos y lejos lo que más me gusta es sentir que se enciende con mi hambre y mi calentura, la lleva más allá, hace todo por y para mí.
Cuando me penetró, mi zorra estaba tan deseosa que ya no quedaban huellas de dolor, era una recuperación milagrosa, fuimos aumentando la intensidad de a poco pero en forma constante, de manera progresiva iba sintiendo cada vez más fuerza en la presión y mi concha empapada gozaba con cada uno de sus enviones, queriendo que llegara cada vez más adentro.
En la simple pose del misionero con su peso en mi vientre, con mi cabeza entre sus manos fui explotando en orgasmos intensos y profundos, una y otra vez. Me hablaba y yo lo sentía dentro de mi cabeza, -goza perra- , -vamos mi amor-. -tómalo todo-, -ábrete más -. Mis manos obedientes a la calentura abrieron los labios vaginales exponiendo absolutamente el clítoris y mis gritos emergían cada vez más intensos, - ábrete la zorra y goza, puta, ábrete la concha- , - así mi amor, goza mi amorcito-.
Esa mezcla de tratarme de “puta”, “perra” y “mi amor” me calentaba hasta la locura, porque eso es lo que me encanta, que amen a la perra, que enloquezcan por la puta, que se enamoren del animal que puedo ser en la cama.
Lo sentí en mi culo, frotando el camino angosto, presionando y provocando placer, me tragué su semen caliente que brotó abundante varias veces, y mezclé su semen con su saliva al besarlo después.
Esa noche no tuvimos muchas pausas pero en una de ellas me dijo que tenía una amiga con la cual podríamos hacer un trío, que esperaba que yo estuviera preparada, no voy a decir que no tuve un momento de duda, de alguna manera siento que se lo debo, pero al imaginarlo simplemente no me funciona, así es que lo miré y le dije “puchas… lo siento… pero tú sabes que no me gustan las minas”, no se preocupe mi perrita, me contestó, si era una broma, pero yo sé que no es broma, que me prueba, que es un tema que le da vueltas en su cabeza.
Me costó mucho despegarme de él ese día, tanto mi cuerpo como mi cabeza estaban divididas, una parte importante quería llegar a GOZAR con mi perro, nos lo debíamos y la otra parte quería quedarse sacándole el jugo a ese estado, comencé a vestirme varias veces pero no vamos a decir que le costaba mucho trabajo convencerme de dejarle deshacer el trabajo hecho.
Como postre al terminar la fiesta y a medio vestir, lo monté de espaldas mostrándole como su pico perforaba mi culo, me anunció su inminente eyaculación y me incorporé dejando libre su pico, quedé en cuatro patas, iba a darme vueltas para recibir su leche, pero me pidió que me quedara mostrándole el hoyo del culo y mi zorra, abriéndolos con mis manos. Incliné mi pecho al sentir chorrear su líquido caliente por la ranura, queriendo atrapar esa delicia que se deslizaba desde arriba hasta abajo.
Su mano en mi espalda era el único contacto que teníamos además del semen y los millones de espermios que caían en mi culo y bajaban a mi zorra, lamentaba no tener ojos en la espalda porque no podía ver en que estaba mi JA, no podía ver su cara desencajada de calentura, pero sentía su mano firme y escuchaba su respiración agitada, pasaron algunos segundo después de la última vez que sentí que caía su semen, cuando percibí su aire caliente y después su boca besando el culo abierto, su lengua recorriendo el mismo camino que mojó su leche, sabe que me enloquece cuando besa lo que regó, pero nunca lo había tomado directo de mi culo o de mi zorra, lo encontré hotísimo, delicioso, pervertido, devoto, un acto de complacencia más allá de los límites.
Después de eso me fui a la guarida de mi perro, él esperaba paciente, logré impregnarlo de la calentura enferma que traía, con el olor vivo, con los hoyos abiertos y mojada de otro, lamida por otro, la PERVERSION es la reina absoluta de esos momentos.
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